Todos los organismos tienen, hasta cierto punto, la capacidad de reponer tejido destruido, defectuoso o dañado, con nuevas formaciones. Esta aptitud, una forma de crecimiento llamada regeneración, varía mucho de una especie a otra, pero en el hombre y en otros animales complejos es muy limitada. La regeneración en el hombre no va más allá de la cicatrización de heridas, la producción de nuevas células sanguíneas y la restauración de huesos rotos y de tejidos en algunos órganos internos. Por el contrario, animales tan modestos como la langosta y los cangrejos pueden remplazar miembros completos, y las lombrices y las hidras crean cuerpos enteros partiendo de pequeños fragmentos. El que los humanos carezcan de las facultades de regeneración de los organismos inferiores es, desde hace mucho, una fuerte interrogante biológica.
Cuando la salamandra pierde una pata, las células que rodean la herida regresan a un estado de no especialización. Luego, como las células de los embriones, se dividen con rapidez y se diferencian en los tipos de tejidos necesarios para empezar a hacer un nuevo miembro.
¿Qué permite a la salamandra repasar acontecimientos embriónicos? Quizá la respuesta esté en la diferencia entre los sistemas nerviosos de los animales inferiores y superiores. Las salamandras tienen un gran sistema nervioso periférico, en tanto que el sistema nervioso humano se concentra en el cerebro. Investigaciones hechas en los años 1970 indican que las corrientes eléctricas producidas, por los nervios son la fuerza que finalmente desencadena este proceso regenerativo.