Habla la piedra (fósiles)
Los animales muertos, en su mayoría, se pudren o son devorados por otros, sin dejar rastro visible de su existencia. A veces, no obstante, restos o huellas de plantas y animales se han conservado durante millones de años. Tales restos de organismos se llaman fósiles, palabra que deriva de otro término latino que significa "excavado, desenterrado". El animal que quedó apresado en un líquido, p. ej. resina o asfalto fluido, aparece ahora en la resina o el asfalto petrificados exactamente igual que el día en que pereció, hace millones de años. La arena y el fango del fondo del mar, así como la turba, la ceniza, el hielo y la arena del desierto, han ayudado a proteger los animales muertos contra la putrefacción, formándose los fósiles. Sin embargo, muy pocas veces se han conservado organismos completos. De los fósiles que se hallan en estratos sucesivos se puede obtener una idea sobre la evolución de las formas vivas. Los estratos del Gran Cañón, en particular, proporcionan abundantes pruebas de cómo ha cambiado la vida en el transcurso de millones de años. Los hallazgos de fósiles tenían lugar hace ya miles de años, siendo innumerables los que se han encontrado hasta ahora. Con anterioridad a Darwin, naturalistas y médicos habían descubierto las sorprendentes semejanzas y diferencias existentes entre los seres vivos y los petrificados. Los adictos a la doctrina de la Creación las descartaban como casualidades o las consideraban como un resultado del Diluvio Universal. Sólo a principios del s. XIX consiguió la ciencia apoyar la teoría de que los fósiles eran restos de animales y plantas que habían vivido en la Tierra. Después de los descubrimientos de Darwin empezaron a construirse árboles genealógicos que indicaban, en esquema, la evolución orgánica.