Este tipo de relación está muy extendido en el mundo viviente, a pesar de que es relativamente poco conocido. Citemos algunos ejemplos:
• Las hormigas hongueras del género Atea cultivan, en sus hormigueros y sobre una especie de papilla esponjosa hecha a base de hojas masticadas, hongos que pueden asimilar lignina y celulosa y que prosperan en ese substrato rico y bien aireado. Los insectos proveen incluso abonos nitrogenados por medio de su materia fecal. Las hormigas alimentan a sus larvas con esos hongos que cultivan con gran cuidado y la reina se lleva unos filamentos de micelio en su vuelo nupcial para que sirva de simiente en el nido que creará si sobrevive.
• Los mamíferos rumiantes acogen en su panza, bolsa estomacal de 100 a 300 litros de capacidad, una fauna abundante en infusorios y bacterias, a saber: un millón de protozoarios y diez mil millones de bacterias por gramo de contenido gástrico. Estas bacterias degradan la celulosa en provecho de los rumiantes, quienes no podrían ser herbívoros sin los simbiontes de su estómago. Además, todos estos microorganismos que van proliferando son digeridos cuando pasan al intestino y constituyen una anhelada fuente de prótidos alimenticios.
• Finalmente, entre seres originales como los líquenes, formados por una asociación permanente entre un alga y un hongo, cada elemento constituyente tiene un papel vital. El alga asegura la nutrición carbonada fijando el anhídrido carbónico por fotosíntesis (algunos líquenes, si el alga es azul, como el Nostoc, también fijan el nitrógeno gaseoso de la atmósfera). El hongo, gracias a su entrelazamiento de filamentos, protege al alga contra la desecación y almacena el agua. Este curioso organismo autótrofo es único. Se autorreproduce diseminando fragmentos que contienen algas dentro de un grupo de filamentos micelianos. Los líquenes son plantas pioneras, capaces de vivir en un substrato rocoso; su gran longevidad los lleva a vivir, a veces, un centenar de años.