Son importantes y muy variadas las utilidades que el hombre, desde tiempos muy remotos, ha obtenido del grupo de los moluscos.
Recordemos la púrpura con que teñían sus túnicas personajes de la antigua Roma; muchos siglos antes, fenicios, egipcios y asirios recurrían ya a las secreciones de caracoles marinos del género Múrex y Purpura a fin de obtener la materia colorante indeleble para sus tejidos. La vistosidad y rareza de ciertas conchillas de caracoles (Ciprea moneta, Cauri) y de bivalvos (Venus mercenaria) dieron pie a que algunos pueblos salvajes las utilizaran como signo monetario, y como ornamento (collares y brazaletes) las especies menos preciosas.
El nácar, formado por duras sustancias (conquiolina y carbonato calcico), tiene bellas irisaciones y tapiza la cara interna de valvas y conchas de muchos moluscos. Se emplea para adornos, incrustaciones, botones, camafeos, etc., y con ese fin se industrializan ciertas especies marinas (madreperlas, orejas de mar, turbos, estrombos) y algunas de agua dulce (almeja y mejillón de río).
Otro valioso producto suministrado por algunos bivalvos son las perlas.
El proceso de su formación tiene como punto de partida la irritación producida en el organismo del molusco por un cuerpo extraño, que puede ser un gusanillo parásito o una partícula de arena, el que es paulatinamente envuelto y aislado con sucesivas capas de sustancia perlífera. La calidad de la perla, tamaño, forma, brillo (oriente), varían de acuerdo con el lugar del organismo en que se forma Las más finas se encuentran en el hígado, órganos respiratorios, circulatorios, etc.
Algunos naturalistas, sin embargo opinan que la perla es producto de una enfermedad que provoca la formación de esa concreción, del mismo modo que sucede con los calcúlos hepáticos y renales en los organismos superiores.
Las especies comestibles son objeto de activa pesca (ostras almejas, ostiones, etc.).
La ostricultura y la miticultura (cría de la almeja) constituyen fuentes de riqueza considerable para muchos países.