Las jirafas viven, comúnmente, en grupos de diez. De día ramonean tranquilamente; de noche se esconden en las zonas más tupidas y allí rumian, o bien duermen, permaneciendo casi siempre de pie.
El ramoneo de las jirafas es, naturalmente, un ramoneo "aéreo", ya que el animal se alimenta sobre todo de hojas y ramitas de acacias y mimosas, y leguminosas arbóreas, que se encuentran más o menos a la altura de su cabeza. El porqué de esta predilección puede comprenderse fácilmente al observarlas bebiendo o pastando en el suelo. Como su cuello, aunque larguísimo, no les permite llegar con su hocico hasta el suelo, deben abrir mucho las patas anteriores, o doblarlas en ángulo recto para poder bajar el lomo. Desde lo alto de su "observatorio", están siempre vigilando, con sus finísimos sentidos, listas para la fuga. Cuando el enemigo (el león o el hombre) es avistado, se alejan velozmente. Al correr levantan casi juntas las extremidades del mismo lado (ese particular modo de andar se llama amblar). Mirándolas correr en las películas se tiene la impresión de que avanzan lentamente. Pero no es así; pues aunque el movimiento de las extremidades no es muy veloz, la longitud de cada paso está en proporción con la de sus patas, cuyas medidas son descomunales. Debido a ello, puestas en carrera, alcanzan una velocidad tal que superan la de un caballo al galope.
La jirafa es muy mansa, pero de ningún modo miedosa. Dispone de armas formidables: las patas anteriores, con las cuales puede descargar tremendos golpes. Su patada es considerada una de las tres mayores manifestaciones de fuerza en la naturaleza, junto con el coletazo de la ballena y el zarpazo del león. A veces, suele verse en el África el cadáver de un león con el tórax hundido por los golpes de las patas anteriores de una jirafa.