Un ave migratoria es aquella que se reproduce regularmente en un país y va, no menos regularmente, a pasar la estación que le es desfavorable a otro. Las migraciones pueden abarcar desde trayectos de algunas decenas de kilómetros, hasta el equivalente a una vuelta completa al mundo. Los ciclos migratorios son anuales y se reproducen indefinidamente. Las aves migratorias tienen una fabulosa capacidad de orientación, cuya naturaleza exacta no se ha podido descifrar.
De hecho, existe toda una gama de aves entre el troglodita, que jamás sale de un área de algunos centenares de metros cuadrados, que constituye su territorio, y la esterna ártica que anida cerca del Polo Norte e inverna cerca del Polo Sur. Algunas aves son comunes durante el invierno en Europa central, como el paro, que no migra más que unos cuantos kilómetros; la ausencia de nieve y la relativa rareza de las heladas permiten a estos insectívoros no tener que migrar. Especies sedentarias en Francia pueden ser grandes migradores en Escandinavia, como la paloma torcaz y el estornino, que recientemente se volvieron sedentarios en Francia y sin embargo dejan Suecia para ir hasta África del Norte durante el invierno.
Salvo cuando existen grandes obstáculos naturales, la migración tiende a ser noreste-suroeste y viceversa en el hemisferio sur: esto se debe a que las comarcas más frías están en la parte noreste de los continentes (como Siberia en relación con Europa).
Ecológicamente, al ave migratoria permanece siempre en el medio donde es mayor la producción de su alimento; por ejemplo, la golondrina aprovecha la abundancia de la primavera y del verano septentrionales para criar, después pasa el otoño en la zona mediterránea durante la época de abundancia biológica y finalmente inverna en África después de la estación de lluvias, cuando hay alimento en abundancia. Así que el ave migratoria es una especie de selector biológico que pasa por aquellos lugares capaces de alimentarla de sobra por un corto tiempo.
La historia de las migraciones está ligada sin duda a la degradación general del clima terrestre durante la era terciaria. Hasta principios de esta era las condiciones tropicales (relativamente húmedas) prevalecían en la mayoría de los continentes, en un clima como tal, los movimientos migratorios casi no tenían sentido. Más tarde el frío y la aridez aumentaron en correlación y a veces en oposición; esto tuvo como resultado que todas las zonas bioclimáticas, salvo la ecuatorial, conocieran estaciones secas o frías de menor producción animal y vegetal; las especies que habrían de volverse migratorias comenzaron a desplazarse un poco en función de las estaciones y después del paso de millones de años, el pequeño desplazamiento regulador original se transformó en un trayecto considerable. Durante las glaciaciones todos los recorridos migratorios se contraen; cuando las heladas quedan atrás, las especies regresan al territorio que ha vuelto a ser favorable. De hecho, si existen migraciones regulares, la mayoría son afectadas por las variaciones climáticas y la escala geológica; las especies migratorias no tienen siempre la misma distribución o los mismos trayectos. Se sabe que los migradores disponen de varios medios de navegación que pueden utilizar conjuntamente: se guían por las estrellas y el Sol utilizando su reloj interno, ayudándose tal vez del campo magnético terrestre; utilizan también su prodigiosa memoria visual. Algunos grandes migradores son conocidos porque nunca se equivocan en su localización, sin embargo se han observado errores en otras especies, ya sea en latitud o en longitud.