El hecho de que algunos seres primitivos, por ejemplo, las babosas, que se alimentan de noche en los jardines, pongan sus huevos en tiempos predeterminados, año tras año, puede no parecer sorprendente hasta que se piensa que ello debe implicar la existencia de un reloj interno. De hecho, algunas babosas mantenidas en el laboratorio, y sin aparentes conexiones con la Naturaleza exterior, sometidas a controladas condiciones de luz, temperatura y humedad, continúan haciendo lo mismo que cuando estaban en libertad: al comienzo de agosto, hilan unas hebras de huevos transparentes.
El caracol terrestre, pariente de la babosa (que no tiene concha), debe poseer también un tal reloj, para permitirle llevar a cabo su complejo proceso reproductor. Como la babosa posee, a la vez, órganos masculinos y femeninos, y produce esperma durante la parte más calurosa del año, pero porta huevos sólo durante un período muy limitado. Esto puede servir a los caracoles de tierra para protegerse contra la posibilidad de fertilizarse a sí mismos durante los meses de su máxima actividad. Aunque el apareamiento tiene lugar en mayo o junio, estos caracoles no desovan hasta julio o agosto. Durante parte de este tiempo, el esperma ajeno permanece almacenado en una bolsa, mientras que el propio semen degenera, asegurando así que cuando los huevos maduros descienden a la bolsa, por un conducto común, no puedan resultar autofertilizados.