Pero durante mucho tiempo, hace millones de millones de años, los reptiles fueron los animales más importantes del mundo. Sus formas y sus tamaños eran variadísimos. Eso fue antes que existiera el hombre y los animales que hoy conocemos. Todo entonces era distinto, hasta el clima. Hacía mucho calor. Por todas partes había grandes pantanos y selvas con gigantescos helechos del tamaño de árboles.
Los reptiles de esa era no se asemejaban a ninguno de los que vemos ahora. Su aspecto era muy extraño. Algunos eran enormes y probablemente pesaban más de treinta toneladas. Los gigantescos dinosaurios se encabritaban, apoyándose en sus potentes cuartos traseros. Los reptiles alados, llamados pterosaurios, surcaban el aire. Los ictiosaurios y los plesiosaurios vivían en el agua.
Había también mucho: reptiles pequeños. Al transcurrir los siglos, algunos de esos reptiles pequeños empezaron a cambiar, muy lentamente. No cambiaron porque creyeran que sobrevivirían mejor si sus cuerpos fuesen diferentes. De hecho, todo ocurrió a la inversa. Examinemos, por ejemplo, el caso de las serpientes. Proceden de una especie de lagarto. Ese lagarto tenía patas. Los hombres de ciencia creen que vivía bajo tierra, u oculto en yerba muy alta. Sea como fuere, las patas le estorbaban, le impedían deslizarse bien. Con el transcurso del tiempo, algunos lagartos nacieron con patas un poco más pequeñas. Pasó más tiempo y sus crías fueron cambiando más y más. Podían defenderse mejor y por eso sobrevivían. Por fin, después de varios millones de años, habían cambiado tanto, que se convirtieron en una nueva clase de reptiles: en serpientes.