Las pequeñas jibias que el pescatero expone en su comercio no pueden darnos una idea de la belleza de estos animales cuando se encuentran en su elemento. Nadan lentamente en las aguas del mar, rozando los fondos arenosos y fangosos con los tentáculos encogidos en posición de reposo, pero dispuestos para extenderse y atrapar a sus presas en un santiamén.
Al igual que todos los cefalópodos (en griego, «pies unidos a la cabeza»), tienen la cabeza rodeada de varios brazos dotados de ventosas, y se desplazan como los aviones a reacción: expulsando con fuerza, a través de un embudo adecuado, el agua que les ha servido para respirar.
El cuerpo, de aproximadamente 25 centímetros de longitud, presenta forma de saco y está bordeado por una aleta a cada lado. Resulta increíble su capacidad para variar de color según las circunstancias. Gracias a las células pigmentadas de su piel, la jibia puede adoptar en cualquier ambiente la tonalidad precisa. Por eso se la llama también camaleón de las aguas.