No fue sino hasta el gran filósofo griego Aristóteles que hallamos el primer intento serio de ordenar sistemáticamente todos los conocimientos adquiridos sobre el mundo animal.
El mérito de Aristóteles no consiste sólo en haber recogido en cuatro exhaustivas obras todo lo que en su época se conocía acerca de los animales y sus costumbres, sino en haber hecho también muchas observaciones originales, destruyendo leyendas y describiendo cerca de 500 animales con tal precisión de detalles que aún hoy nos sorprenden.
Por desgracia, con el paso de los siglos los estudiosos no sólo no fueron capaces de continuar y profundizar la obra de Aristóteles, sino que llegaron incluso a tergiversar sus escritos, dando lugar a nuevas leyendas y creencias absurdas que pervivieron durante mucho tiempo de pueblo en pueblo. Con los romanos, las ciencias naturales no hicieron ningún progreso. El único estudioso que recogió datos sobre los animales fue Plinio el Viejo, pero su Historia Natural es una mezcla de observaciones válidas y leyendas absurdas, que no posee en modo alguno el valor de la obra de Aristóteles. La Edad Media favoreció más, si cabe, el nacimiento de extrañas creencias y supersticiones. Por ejemplo, se creía que una determinada clase de oca era el fruto de unas plantas ribereñas. Sólo con la llegada del Renacimiento resurgió el interés científico por los animales y se multiplicaron las obras descriptivas.