Reza la leyenda que en Tarento,
pequeña ciudad del sur de Italia de la cual deriva el nombre de la tarántula, la mordedura venenosa de esta se curaba haciendo que su víctima
interpretara una danza frenética llamada tarantella.
Se suponía que la mordedura de la
tarántula producía un estado melancólico general que, en última
instancia, resultaba fatal. Lo único que le cabía hacer a la víctima era
recabar la presencia de dos o más músicos que con sus flautas y arcos
interpretaran una sucesión de melodías hasta dar con una que lograra
inducir al paciente a la danza, lenta al principio, pero cada vez más
acelerada y vigorosa a medida que progresaba —como ocurre con las
prácticas solícitas del macho — hasta que el infortunado caía sudando
con profusión, exhausto, pero curado. Para entonces todos los
circunstantes podían haberse afectado por el ritmo desenfrenado de la tarantella que les
haría bailar a su vez, induciendo con ello a otras comunidades. Así,
casos de histeria colectiva se extendían por Europa, y la tarántula era
culpada de ello.