"El problema de los universales", como fue abordado por Boecio (480-c.525), tiene que ver con lo que hace una especie de cosa distinta de otras cosas. Tomemos, por ejemplo, el perro doméstico. Los perros tienen la mayor variedad genética de cualquier especie viva.
Ahora los científicos pueden identificar cada uno de ellos como perros, desde los chihuahuas a los grandes daneses sólo por su ADN, el cual tiene ciertas semejanzas con las líneas anteriores de caninos. Sin embargo, mucho antes del descubrimiento de los genes y el ADN, los seres humanos podían identificar a un animal en particular como un perro, a pesar de que ese perro pudiera tener una apariencia y personalidad únicas.
Lo que es cierto de los perros en este sentido es cierto de todas las especies naturales, la totalidad de sus miembros parecen tener "algo". Platón habría dicho que la esencia de un perro es una copia de una forma ideal de perro, en el que todos los perros "participan". Aristóteles habría dicho que hay una esencia "perruna", que los seres humanos pueden reconocer y que es compartida por todos los perros, pero que la esencia del perro es de cada perro y sólo abstraída por la mente.
En sentido estricto, para Aristóteles, no existe una esencia de perro aparte de Buddy, Chichi, Rocky, Solovino, o cualquier otro nombre de perro que designa un animal único. El problema de los universales es la cuestión de si Platón o Aristóteles estaban en lo cierto. Los filósofos posteriores han agonizado sobre esta cuestión consumiendo muchas velas, lámparas de aceite y computadoras en el proceso.
Aquellos que piensan que las esencias de las cosas individuales son reales han sido llamados realistas. Aquellos que piensan que las esencias son abstracciones o creaciones de la mente humana han sido llamados nominalistas.