Los animales de las cuevas

   Para los que estudian la evolución, las cuevas son ideales como laboratorios naturales donde poder observar las adaptaciones. No sólo se trata de am­bientes en los que el calor y el frío, la humedad y la luz, permanecen constantes durante el transcurso del año, sino que las singulares condiciones que prevalecen en las cuevas producen efectos teatralmente exagerados sobre las poblaciones vegetales y animales. Desde la entrada hasta donde puede pe­netrar la luz, y finalmente la región de noche perpe­tua, contienen un número sorprendente de habitats.

   Un habitante parcial de la zona interior de las cuevas es el guácharo venezolano, única ave conocida que vive en grutas. Aunque duerme y anida en las cavernas, su alimento lo busca fuera, en la oscuridad de la noche. Los ojos azules del guácharo ven, pero de noche vuela como el murcié­lago, orientándose solamente por los ecos.

   Los verdaderos habitantes de las cuevas, como los demás animales que aquí se muestran, no abandonan nunca su oscuro refugio, sino que pasan toda su vida en la oscuridad. En estos ambientes los animales po­seen muchos rasgos similares, compartiendo ciertas características, desconocidas en las formas emparen­tadas del mundo externo. Por ejemplo, en las cuevas no existen grandes animales como residentes per­manentes; los pobladores de las cuevas tienden a ser pequeños y delgados, y poseen cubiertas corpo­rales pálidas y finas. Al hallarse rodeados de un am­biente húmedo, no necesitan de pelo especial ni de escamas para mantener o repeler la humedad. Como tampoco necesitan ojos, los han perdido, y en su lugar han desarrollado largos órganos táctiles y un fino sentido del olfato. Son basureros o cazadores, y tienen sus propios ciclos, sin relación con el día y la noche. Mientras la mayoría de estos animales cie­gos conciben progenies no videntes, las pequeñas salamandras nacen con ojos que ven. Si se obliga a sus larvas a desarrollarse en la luz, entonces retienen la visión. Parece que las incontables generaciones de salamandras nacidas en cuevas no han sido suficien­tes para hacer de la ceguera un, rasgo hereditario.