Las auténticas señoras del veneno son las serpientes. El hombre ha aprendido a conocerlas desde su aparición en la Tierra, y siempre ha odiado a estos reptiles, odio que se extiende a todos los seres que se arrastran, tanto si son inofensivos como si son subrepticiamente peligrosos.
El instinto que nos impulsa a huir de estos reptiles constituye una oportuna defensa natural, ya que las serpientes venenosas, sobre todo en algunas regiones de la Tierra, son muchas y muy peligrosas. Su veneno varía según las especies y actúa de muy diversas maneras. Puede influir en el sistema nervioso o bien en la sangre. En este último caso, puede ser coagulante o bien anticoagulante. Casi siempre es de efectos rápidos y conduce a la parálisis total o parcial del cuerpo. La muerte, en la mayoría de los casos, se produce por asfixia. Para las serpientes, el veneno es una especie de saliva que a menudo pasa a través de sus dientes, surcados por un pequeño canal. Sin embargo, existen algunas serpientes que carecen de dientes venenosos y cuya mordedura es también mortal. En Europa, la única serpiente venenosa es la víbora, de la que existen numerosas variedades.