¿Dónde anida el tarro blanco?


El tarro blanco suele anidar bastante cerca del mar. El nido, hecho de plumón y un poco de hierba, suele colocarlo en un agujero de la pa­red, en un árbol hueco, en un almiar o, a ve­ces, en la madriguera abandonada de algún mamífero: conejo, zorro, tejón, o, incluso, de una marmota. La construcción del nido y la incubación de los 8 a 12 huevos blancos corren a cargo de la hembra, protegida de los intrusos por la vigilante compañía del macho próximo. Cuando la hembra abandona el nido para ha­cer cortas incursiones en busca de alimento, el macho la acompaña. A su vuelta, aquélla se precipita sobre el nido, dado que teniendo un plumaje tan vistoso, debe evitar que la vean los depredadores. Con frecuencia existe un túnel de escape o un escondite cerca.
Los huevos eclosionan en cuatro semanas y, una vez secos, los polluelos son llevados al agua por ambos padres. La familia suele per­manecer unida y su número es, a veces, aumen­tado por la compañía de otros tarros adultos que han perdido sus crías propias. Otras veces las crías se juntan en guarderías.

Vuelo migratorio del tarro
Cuando las crías son ya independientes, si no antes, los tarros adultos mudan la pluma. Como sucede en el caso de otros patos, las plumas remeras son rápidamente desechadas y las aves pierden su capacidad para el vuelo. El tarro, sin embargo, no muda la pluma en el lugar de cría, sino que se traslada a otro especialmente elegido para ello. Todos los tarros del noroeste de Europa migran a Heligoland, isla próxima a la frontera entre Alemania y Dinamarca, para mudar la pluma en las ma­rismas de la región. La única, excepción la constituyen unos dos mil tarros que se trasla­dan a la bahía de Bridgewater, en el oeste de Inglaterra. Esta fase dura unas seis semanas, transcurridas las cuales regresan las aves vo­lando a sus territorios de origen o, en el caso de que éstos se encuentren en las partes frías de Europa, emigran hacia el sur.
En una ocasión los tarros en muda fueron asustados por aviones militares, que utilizaron las ciénagas de Heligoland para sus ejercicios de bombardeo. Cuando aquéllos sobrevolaban la región los tarros, asustados, se sumergían, de modo que las ondas de choque de las bom­bas que explotaban debajo del agua mataron más animales de los que habrían perecido por impacto directo. A consecuencia de las protes­tas suscitadas, en lo sucesivo se utilizaron bom­bas sin espoleta cuando los tarros se encontra­ban allí.