La historia del dodo

Cuando los exploradores de los siglos XV, XVI y XVII se embarcaron hacia nuevas tierras y continentes, a menudo encontraron animales y pájaros desconocidos en su tierra natal. Cuando los marinos portugueses desembarcaron en la isla de Mauri­cio en 1507, hallaron una de las bestias más extrañas —el dodo— que «parecía como si hubiera sido pensado por un bromista para burlarse de los naturalistas».
El dodo, que pesaba unos 23 kilos, tenía un cuerpo aproximadamente redondeado, colocado sobre patas cortas y amarillas. «Sus alas eran pequeñas, no hubieran podido ni empezar a levantar aquel gran peso del suelo. Su diminuta cola era una pluma enrulada que se erguía como si fuera un plumero. La cabeza del pájaro estaba dominada por su pico que tenía 9 pulgadas de largo, era grueso y terminaba con for­ma de gancho. A diferencia del cuervo y del grajo, esta ave parecía algo tonta, nada inteligente. Esta deficiencia se disimulaba tras el aspecto cómico de su cara.»

El pobre dodo avanzaba dando traspiés desmañadamente cuando se desplazaba por la selva, arrastrando por el suelo su gran peso. Era fácil de capturar, y ya que pesaba tres veces más que un pavo, se pensó que proveería de un poco de carne fresca para los marineros hambrientos. Pero el ave era difícil de masticar; cuanto más perma­necía en la olla, más duro se volvía.
Ya que el dodo era demasiado pesado para poder volar, usaba sus alas, principalmente, para pelear. «Cuando se arrojaban unos sobre otros, el golpe de sus alas contra la carne de su oponente resonaba a través de la selva como los estampidos de un trueno.» En 1599, cuando el Comodoro Jacob van Neck desembarcó en Mauricio, decidió llevar un dodo a Europa. «La pesada ave, gruesa e increíble, se transformó pronto en una favorita en dondequiera que se exponía.»
Pero cuando Mauricio, ubicada cerca de Madagascar, fue colonizada por Holanda en 1644, el destino del dodo quedó sellado. Con los colonizadores llegaron «cerdos, perros, gatos y gente, todos los cuales consumirían dodos y sus pichones y sus huevos... (los dodos) se cree se extinguieron alrededor de 1681...»
Una vez que el silencioso y poco agraciado dodo hubo desaparecido, quedó poca evidencia de que hubiese existido jamás. Algunos artis­tas europeos lo habían reproducido en sus cuadros, pero sólo existió un dodo disecado que terminó en un museo de Oxford, Inglaterra. «Allí, cierto día, cuando el personal estaba limpiando el lugar, alguien notó el viejo dodo disecado. ¡Qué espécimen irritante era! Las plu­mas estaban rotas, erizadas o fuera de lugar Su apariencia general deteriorada era suficiente para hacer sentir vergüenza y mortificación al personal de un prolijo museo.»
El director del museo, después de examinar el lánguido espécimen, ordenó a su personal: «Saquen esa ave y dispongan de ella.» El últi­mo dodo conocido se transformó en cenizas, pero, de algún modo, su cabeza y una pata se salvaron antes de que fueran devoradas por las llamas.
En 1865, en un fangoso pantano, se descubrieron huesos preserva­dos de dodo. «De estas partes sueltas, los trabajadores del museo ar­maron un esqueleto del ave. Éste se transformó en la base de otras restauraciones y de los dodos construidos por el hombre. Hoy pue­den encontrarse en los museos lo que parecen ser dodos preservados, pero que sólo son el resultado del trabajo de hábiles disecadores que han reconstituido un modelo falsificado del ave más grande y sobre­saliente que el mundo haya conocido.»