Los animales se encuentran determinados por una serie de adversidades que dependen tanto del medio físico como de otros animales, o de sus propios congéneres. Un animal salvaje, que podría parecemos enteramente libre, está sin embargo, limitado por una serie de barreras invisibles, tales como el constante acoso de los depredadores, el olor del vecino que impide la movilización, el temor a la luz del nuevo día, la difícil obtención del alimento que se busca durante largo tiempo y apenas alcanza para satisfacer el hambre. Nosotros podríamos cruzar una pradera, rodear un bosque o atravesarlo, y luego sentarnos a la orilla de un lago; sin embargo, ningún animal terrestre haría tal recorrido, con excepción tal vez de un elefante, ya que difícilmente saldría con vida de un paseo como este. De hecho, para un animal salvaje no existen los paseos; el enemigo está al acecho siempre y no hay forma de admirar el paisaje ni de descansar. Si fuésemos una liebre, por ejemplo, la oscuridad y el frío de la noche nos impedirían desplazarnos, así como el mediodía con su cruda luz nos denunciaría ante los ojos del enemigo; por lo tanto no podríamos desplazarnos más que durante el alba y el crepúsculo; y aun así habría que vigilar el cielo por donde viene el águila, la espesura de donde salen el gato montes y el zorro, el rincón del bosque donde esperamos al lince y al cazador; también está el sendero rodeado de hierbas, buenas para comer, pero donde la pista olorosa del conejo y el turón nos prohibe el paso; hay un aroma de brezos, pero ahí anida el faisán que cuida celosamente su nido; la orilla del campo de alfalfa sería ideal para pastar y vigilar a la vez, si no fuera la frontera de nuestro territorio con el de otro macho que vigila agresivo, etc., etc. ¿Qué clase de libertad es ésta?
Después de todo, la anterior es una valoración demasiado humana; en realidad todos los seres vivos forman parte de los niveles tróficos que estructuran al ecosistema, formando una red trófica o alimentaria, donde una especie sobrevive a expensas de otra, obteniendo de ella energía y a su vez sirviendo como puente para pasarla a otro nivel. De esta manera, mediante procesos de competencia y depredación, la vida continúa su evolución desde hace millones de años.