Alimentación y cría
Los castores de montaña son roedores que comen hierba o cualquier otro vegetal, si bien su alimentación preferida consiste en helechos y otras plantas herbáceas. Comen también y almacenan las hojas o agujas de determinadas especies de pinos y abetos rojos y blancos. Aunque no son muy buenos trepadores, si hace mal tiempo o la nieve cubre de tal forma el suelo que les resulta difícil encontrar hierba, los castores de montaña no vacilan en encaramarse a los árboles, a veces hasta una altura de 2,5 m para roer la corteza y las ramitas tiernas. Trepan de rama en rama cortando los brotes y dejándolos caer al suelo o llevándolos incluso consigo durante el descenso, que efectúan cabeza abajo.
Los castores de montaña beben mucha agua y se han observado ejemplares que en cautividad colocaban alimentos vegetales blandos, como la lechuga, en sus bebederos para "amasarlos" con sus zarpas. Dado que, por lo general, viven junto a corrientes de agua, se cree que este comportamiento debe de estar relacionado con el hábito de nutrirse de plantas acuáticas.
Los individuos que viven cerca de las zonas cultivadas ocasionan a veces grandes daños en los plantíos, frutales y hortalizas, y se les captura por medio de trampas armadas bajo el agua. Aparte de esto, uno de sus más tenaces enemigos es la marta pescadora o pekán, presente aún hoy día en algunas regiones.
Respecto a sus hábitos de cría, poco es lo que se sabe. El apareamiento del castor de montaña parece realizarse en febrero o marzo, y tras una gestación de hasta 48 días nacen 2 o 3 crías, ocasionalmente hasta 6, en una madriguera revestida de hierba seca, dispuesta al efecto en el interior de la galería. Los hijuelos son ciegos al principio, pero disponen ya de todo su pelo, siendo su color más gris que el de los adultos. Los ojos se abren al cabo de unos diez días. Hacia fines de junio las crías abandonan el nido, capaces ya de valerse por sí mismas. A los dos años los castores de montaña alcanzan la plenitud sexual.