Se desconoce cómo usan los machos sus mandíbulas. Observados mientras pelean, se ha descubierto que no emplean sus tenazas para apretar, sino que se empujan o topan. Si el ciervo volante es molestado con una varilla, se apoderará de ella con las mandíbulas y la retendrá fuertemente aunque sea levantado en el aire. No debe ofrecérsele un dedo, pues puede hacerlo sangrar.
El gigantesco ciervo volante macho, que vive en troncos y tocones podridos, es una criatura de apariencia formidable. Su largo oscila entre los 4 y 5,7 centímetros. De la cabeza de su cuerpo pardo castaño muy lustroso sobresalen dos mandíbulas que son casi tan largas como él. Las antenas son negras, acodadas y terminan en pequeños peines. Las patas, también negras y vigorosas, están guarnecidas de pequeñas espinas. La hembra es más pequeña que el macho, y sus mandíbulas son cortas y fuertes.
Como todos los lucátúdos, las larvas del ciervo volante viven en viejos troncos y tocones de robles, arces y manzanos y tardan dos o más años en alcanzar el estado adulto.