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El topo suele abandonar sus madrigueras en las noches de verano, sobre todo en la época en que cría sus cachorros y necesita satisfacer su voracidad con suficiente cantidad de víveres.
Es entonces cuando, frente a los múltiples enemigos que lo acosan fuera de su refugio, y acuciado por el miedo, evidencia singular destreza para eludirlos o, acorralado y obligado a defenderse, el topo acomete a su adversario con dientes y uñas.
En las breves incursiones fuera de la topera, y guiado por el tacto, el oído y el olfato, el topo da caza a las lauchas, ranas, caracoles y víboras. Si tropieza en estas ocasiones con alguno de sus proverbiales enemigos, y si las circunstancias lo favorecen, huye y no vacila en arrojarse al agua para salvarse.