Si se conociesen en detalle algunas de sus particularidades biológicas, y se sopesasen imparcial-mente su acción positiva como exterminador de plagas, y los ocasionales perjuicios derivados de su activa vida de excavador incansable, es seguro que merecería la protección del agricultor (siempre, claro está, que no se multiplicase excesivamente).
La piel del topo es fina, aterciopelada, lustrosa, comúnmente de un hermoso negro azulado, aunque existen ejemplares grises, manchados y también blancos. Se emplea en peletería para el adorno de vestimentas, y en Francia, en el siglo XVIII, las damas usaron tirillas de piel de topo como cejas postizas.
Jean Henri Fabre, el poeta de la ciencia entomológica, dice en defensa de este discutido insectívoro que "la presencia de los topos, en número moderado, es necesaria en una pradera, y sería imprudente exterminarlos. La experiencia ha resuelto ya esta cuestión. Yo sé de países en que los topos, perseguidos a muerte, acabaron por desaparecer. ¿Y sabéis qué ocurrió?: los gusanos blancos se multiplicaron hasta el punto de devastar las praderas. Para librarse de este temible enemigo, fue necesario dejar volver a los topos y tolerarlos mientras no fueron demasiado numerosos".
Claro es que, en él más pequeño escenario de una huerta o un jardín, su labor de minero ocasiona sensibles estragos.