El sapo común, Bufo bufo, es un voraz comilón. Si la suerte lo acompaña en la búsqueda de alimento, es capaz de tragar cantidades sorprendentes de pequeños animalitos: insectos y sus larvas, arañas, crustáceos, moluscos, gusanos y hasta pequeños vertebrados como roedores e insectívoros. En compensación, pero muy a su pesar, puede permanecer en ayunas durante semanas, meses y años enteros. Claudio Bernard, el famoso fisiólogo, encerró y enterró un sapo, dentro de una vasija, sacándolo todavía vivo a los dos años. El sapo puede soportar perfectamente cualquier condición adversa, no solamente la falta de alimento. Puede resistir temperaturas de muchos grados bajo cero, y permanecer durante largos períodos en pequeñas cavidades casi desprovistas de aire.
El sapo tiene costumbres crepusculares y nocturnas. Cuando el sol baja, el animal sale de su escondrijo entre las piedras o las hojas, o de agujeros o grietas del terreno, donde se ha protegido del calor del día, y a pequeños saltos, o mediante pasitos torpes, se desplaza entre la vegetación en busca de alimento. Igualmente el sapo puede realizar algún paseíto por el exterior durante el día cuando el cielo está nublado o después de la lluvia. En los primeros días de septiembre la tribu de los sapos se halla en plena actividad: es el tiempo de la puesta de los huevos. Los machos, silenciosos hasta entonces, hacen oír un grito agudo e insistente. Acompañan a sus parejas hasta los charcos de agua, donde se zambullen y nadan. Entre tanto, las hembras desovan en el agua, adhiriendo a las plantas acuáticas larguísimas sartas o ristras de una sustancia gelatinosa que contiene centenares y centenares de huevos. Cada hembra de sapo puede poner hasta siete mil (el Bufo marinus, hasta 30.000).
El vulgo suele llamar "huevos de sapo" a los del caracol de agua dulce (Ampullaria), que este animal fija en forma de rosados racimos a los tallos de las plantas lacustres (juncos y duraznillos).
De los huevos nacen pequeñas larvas (los renacuajos), que bien pronto alcanzan los tres centímetros de longitud. En tres meses, las larvas cumplen todas las fases de la metamorfosis, y los pequeños, idénticos a sus progenitores, pero ahora de un centímetro de longitud, abandonan los charcos. Al llegar el otoño se introducen en el terreno como los adultos, y allí permanecen en un estado de semi-letargo hasta la primavera siguiente. En cinco o seis meses alcanzan las dimensiones de los sapos adultos. Si no tienen algún mal encuentro o cualquier otra contingencia, pueden vivir largos años.