Los grillos campestres excavan sus escondrijos con la entrada expuesta al sol, pero disimulada entre la hierba. Cuando hace buen día suelen permanecer inmóviles junto a la entrada, para disfrutar del sol cuando no se dedican a buscar alimento. Las avispas son sus más temibles enemigos. En efecto, se abaten repentinamente sobre el inocente grillo que está tomando el sol a la puerta de su casa y, tras una breve lucha, consiguen casi siempre inmovilizarlo colocándolo panza arriba y apresándolo entre sus patas. Después, clavándole el aguijón en los puntos vitales, lo paralizan con su veneno. Cuando el grillo ya está fuera de combate, la vencedora lo apresa con sus patitas dotadas de ganchos y se lo lleva al nido, donde el animalito se convertirá en una valiosa reserva de alimento.