El momento fundamental de la historia de la vida lo marca la aparición del Volvox, un flagelado hueco, en forma de esfera, que poseía una nueva capacidad de enorme importancia: era capaz de morir. Parece un contrasentido, pero la historia de la vida sobre la Tierra sólo empezó al aparecer la muerte. El Volvox fue, efectivamente, el primer ser capaz de morir. Con anterioridad a él, los protozoos no morían, sino que se subdividían y reproducían hasta el infinito. Con el Volvox, la vida empieza a conocer el límite infranqueable de la muerte.
Muchos millones de años después de la aparición del Volvox encontramos numerosas colonias de esponjas que poblaban los fondos marinos adornándolos con sus curiosas formas y vivos colores. Se trataba de colonias de seres muy pequeños llamados poríferos, que tenían en común un esqueleto y con las paredes perforadas por multitud de poros.
Desde aquel lejano período hasta hoy, el número de las especies de esponjas que viven en los mares del globo ha aumentado, pero su estructura fundamental se ha consevado casi sin alteraciones. El hallazgo de los fósiles de estos primeros animales dio lugar, sobretodo en épocas pasadas, a errores singulares y en ocasiones divertidos. En el año 1726, por ejemplo, el naturalista suizo J. J. Scheuchzer anunció, muy excitado, que se había descubierto el esqueleto de uno de aquellos hombres infames que, según una teoría difundida en su época, habían determinado con su conportamiento el divino castigo del diluvio universal.
Sin embargo, no se trataba más que del esqueleto de una salamandra de gran tamaño.