La superficie del mar está poblada por un número infinito de pequeñísimos seres vivientes casi invisibles, que fluctúan con el oleaje y se dejan transportar por las corrientes. Estos seres, a menudo microscópicos y casi siempre de cuerpo transparente, forman el plancton del que se alimentan muchos peces.
Se ha descubierto que los movimientos del placton a través de los mares resultan muy importantes, porque entrañan el desplazamiento de los peces que se alimentan de él. Las extraordinarias migraciones de los arenques, por ejemplo, se deben al hecho de que estos peces siguen al plancton que constituye prácticamente su único alimento.
El plancton se pesca con redes especiales, muy tupidas, y después se filtra. Se observa entonces que está integrado por multitud de animales y vegetales de dimensiones muy variadas, hasta el extremo de que los científicos lo han divido en tres grandes grupos: el macroplancton, formado por seres visibles a simple vista; el microplancton, por individuos microscópicos; y mesoplancton, por individuos intermedios.
El microplancton contiene numerosísimas algas microscópicas, que se reproducen por simple división celular. El macroplancton está formado por un número incalculable de pequeños crustáceos, que constituyen la única alimentación de las ballenas y contiene abundantes larvas de cangrejos, langostas, moluscos, estrellas marinas e incluso huevos y alevines de peces de gran tamaño como el atún. La mayor parte de estos animalillos se alimentan filtrando el agua del mar. Las algas desarrollan la importante función de oxigenar el agua, igual que hacen las plantas en la superficie terrestre.
El plancton se reproduce a ritmo vertiginoso y constituye un alimento abundante no sólo para los peces de la superficie, sino también para los abisales. En efecto, los animalillos que lo integran, a medida que van muriendo, caen hacia las profundidades marinas como una densa lluvia de alimento.