Flamencos


   Ninguna otra ave tiene un pico como el del flamenco; su parte infe­rior es como una caja en donde cabe la parte superior. Al sumergir la cabeza hasta el fondo de las lagunas saladas, el flamen­co la vuelve de modo que la parte superior del pico roce el fondo y, abriéndolo y cerrándolo constantemente, atrapa los mi­núsculos mariscos y demás animales mari­nos que le sirven de alimento.
   Una colonia construida por flamencos es uno de los espectáculos más curiosos del mundo de las aves. Los nidos son pi­lares de lodo seco de una altura de 20 a 35 centímetros y colocados uno junto a otro.
   En cada nido hay un solo huevo, o bien un polluelo recién salido del cascarón.
   Tanto el macho como la hembra incu­ban el huevo. Mientras permanecen en el nido con sus largas patas dobladas bajo el cuerpo, estas grandes aves se alisan las plumas. Cuando muchos están juntos, el ruido que producen es casi ensordecedor.
   El flamenco es muy tímido y esquivo, siendo sumamente difícil aproximarse a él. Sus movimientos son lentos, como so­lemnes, y sus actitudes sumamente raras, debido sobre todo a las extrañas posiciones que toma su largo y flexible cuello. Su carne es muy estimada. Dícese que el em­perador Heliogábalo tenía un verdadero ejército de cazadores ocupados en propor­cionarle este preciado alimento.
   En África y en América del Sur hay inmensas colonias de flamencos. El fla­menco americano se caracteriza por el co­lor rojo encendido de su plumaje, mien­tras que el flamenco de África lo tiene color de rosa y blanco.