La apariencia del sapo

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"Es feo, asqueroso; envenena con su aliento y mata a todos los que lo tocan. Orina a los ojos; devasta malignamente los nidos de los pájaros, y ocasiona la muerte a quien lo mira durante mucho tiempo". Tales o parecidos son los ignorantes jui­cios que en siglos pasados se vertían sobre los bo­nachones e inofensivos sapos; más aún, sobre los útilísimos sapos.
   El aspecto del sapo no es atrayente. Sólo tiene. .. "la belleza del sapo" como decía Fabre. Los guara­níes, gráficos y exactos en las denominaciones de la fauna, lo llamaron cururú (que tiene sarna), refiriéndose al aspecto de su piel. En verdad, es verrugosa, húmeda, viscosa y fría, y produce en quien se anime a tocarla, una desagradable sen­sación. Pero también es cierto que los mil despro­pósitos que figuran en las creencias populares, han contribuido a aumentar la natural repulsión y te­mor que por lo común inspiran, en ciertas sensibi­lidades predispuestas, los reptiles y batracios.
   El tamaño de los bufónidos varía con la especie: el sapo común suele medir de 10 a 12 cm., pero el gigante del grupo, el sapo buey, alcanza el doble de esa medida (este nombre con que se le designa le ha sido dado a causa de su tamaño y de su habitual mugido).
   Los sapos, no obstante tener patas posteriores más largas que las anteriores, no poseen la agilidad y soltura de la rana. Saltan torpemente y más bien prefieren andar.
   Su piel, gruesa y fuerte, se halla cubierta de verrugas y tu­bérculos formados por numerosas glándulas. Estas glándulas segregan sustancias tóxicas (en cuya composición entran bufoteninas y bufotoxinas) que actúan sólo al ponerse en contacto con mucosas. Cuando un perro o un pájaro de gran tamaño tratan de comer un sapo, experimentan tal ardor en la cavidad bucal que se ven obligados a abrir la boca, lo que permite al batracio ponerse a salvo. Como se ve, la sustancia tóxica contenida en es­tas glándulas es la única arma de de­fensa que el tranquilo animal ha recibi­do de la naturaleza. Bien podemos decir que, con toda justicia, se merece el in­ofensivo sapo esta arma que le ha sido dada para contrarrestar los ataques de que es objeto. Sobre todo, si se tiene en cuenta que no dispone en absoluto de medios para inocular ese tóxico, es ló­gico que le sirva al menos para conseguir escapar de la voracidad ajena.