La marcha suicida de los lemmings


Las masivas marchas de la muerte de los lemmings han intrigado desde hace mucho a los biólogos y a los psicólogos.
El lemming de Lapland es un animal de cola corta, emparentado con el conejillo de Indias, que parece un conejo en miniatura. Durante el invierno subártico vive completamente enterrado debajo de la nieve a través de la cual se arrastra buscando musgos y liqúenes. Es extremadamente prolífico; las hembras producen dos partos de 4 a 6 crías cada año. La cantidad de animales pronto se torna exce­siva para la escasa cantidad de comida que pueden hallar en las mon­tañas escandinavas.
Entonces, irregularmente, en períodos que oscilan entre 5 y 10 años, ocurre uno de los fenómenos más misteriosos de la vida animal. Ac­tuando, aparentemente, bajo un impulso común, subconsciente y simultáneo, la totalidad de los lemmings comienza una migración masiva desde las montañas hacia las tierras bajas. Los animales caminan en línea recta, separados entre sí por pocos pies de distancia, dejando, generalmente, un surco poco profundo sobre el suelo. Son una plaga devoradora, que arranca a la tierra toda la vegetación. Su avance parece incontenible, ningún obstáculo los detiene. Si se topan con un hombre, se escurren entre sus piernas. Si se encuentran con una parva de heno, roen su camino a través de ella. Si una roca se levanta en su camino, la bordean en semicírculo y luego retoman la línea recta de su marcha. Cuando los lemmings llegan a un lago, río o brazo de mar, nadan direc­tamente a través de él, ahogándose en gran número durante la trave­sía. Si encuentran un bote, suben a él de modo de no desviarse de la línea recta. Curiosamente, pareciera que evitan los asentamientos humanos. Resisten empeñosamente todos los esfuerzos para detener­los; morderán un palo o una mano gritando y ladrando como pe­queños perros. Multitud de los lemmings quedan eliminados en cada milla del camino y, cuando la horda migratoria llega al mar, entra decidida­mente en él, hacia la destrucción inevitable.
Algunos pocos quedan rezagados y, eventualmente, emprenden su camino de regreso hacia el habitat de las montañas. La cantidad se ha reducido de tal manera que pocas veces se los advierte. Enton­ces, una nueva generación de lemmings comienza y se multiplica para la próxima migración.