El acto de enterrar los huesos y la carne es un instinto natural que ha continuado a pesar de que el perro fue domesticado hace miles de años.
En la naturaleza, no es raro que a los caninos como el zorro, chacal y perros salvajes les sobra después de la caza más alimento de lo que pueden consumir en una sentada.
Los buitres y las hienas están más que dispuestos para reclamar estas sobras. Para ahorrar la energía de cazar de nuevo y evitar que otros animales se apropien de los restos, los cánidos entierran lo que queda para la siguiente comida.
A veces un perro recuerda dónde enterró los restos, pero si no lo hace, hará uso de su agudo sentido del olfato para ayudarse.