La piel de la tortuga es gruesa y adornada por unas escamas que se convierten en verdaderas placas duras, que forman una cavidad dentro de la cual se alojan las visceras del animal. Este resistente caparazón constituye un refugio en caso de peligro, un pasivo medio de defensa en la gran lucha por la vida. Si el caracol transporta su casa a cuestas, la tortuga, en cambio, vive en el interior de su caparazón, que crece al mismo tiempo que el cuerpo del animal.