El nicho animal

   El sitio particular que ocupa un animal dentro de su habitat, esto es, sus relaciones con el ambiente, sus alimentos, sus compañeros y sus enemigos, se denomina nicho. Los animales se desenvuelven de modo que se adaptan, cada vez más y más, a sus nichos particulares, como se aprecia claramente en las múltiples adaptaciones de las patas de las aves. La disposición de los dedos, la longitud de las piernas, la presencia o ausencia de membranas interdigitales y otras especializaciones, determinarán si el ave arañará el suelo en busca de semillas, como hace la codorniz, o utilizará sus garras para hacer presa, como el halcón, o remará como el pato, o chapoteará en el lodo como una garza, o se agarrará al tronco de un árbol como el pájaro carpintero.

   Para cada animal, el microclima local que prevalece en su nicho, le es mucho más importante que las amplias clasificaciones climáticas que usan los meteoró­logos. Para un pequeño roedor del bosque tienen poca influencia las condiciones atmosféricas que reinan algunos metros por encima del suelo de un calvero del bosque; son mucho más importantes para él, la temperatura, la humedad y la intensidad de la luz a ras del suelo, bajo el abrigo de arbustos y hierbajos. Incluso en un mismo nicho, se producen sutiles variaciones que son más pro­nunciadas cuanto menor es el tamaño del organismo. Una roca expuesta al sol puede influenciar la vida de una planta de un modo tan significativo como una cadena de montañas influencia al hombre, al alterar los patrones de viento y humedad, o reteniendo calor.

   A primera vista puede no parecerle tan importante al hombre el que una determinada especie habite la parte soleada de un guijarro o la de su sombra, o el que distintas clases de caracolas se sitúen en nichos ecológicos de una costa rocosa, separados unos de otros por pocos centímetros. Y, sin embargo, la presen­cia o ausencia de formas de vida rellenando esos nichos, es la que determina el éxito de otras especies asociadas, y éstas, a su vez, ejercen efectos marcados sobre otras. Se ha demostrado sobradamente que los intrincados hilos que forman el tejido ecológico de la vida también enmallan al hombre. El eminente ecólogo Marston Bates ha escrito en «The Forest and the Sea»: «Desafiando a la Naturaleza, destruyéndola y erigiendo un mundo artificial, centrado en el hombre, arrogante y ególatra, no comprendo como la Humanidad pueda conse­guir paz, libertad o felicidad. Tengo fe en el futuro del hombre, confianza en las posibilidades del experimento humano; pero es fe en el hombre como parte de la Naturaleza... creo en el hombre compartiendo la vida, no destruyéndola».