¿Cómo se orientan los animales?

   Las estrategias animales en este campo son variadas; algunos practican el pilotaje, que consiste en desplazarse al azar, hasta reconocer algún detalle que les sea familiar. Muchos calculan su posición sobre la tierra por medio del movimiento aparente de los astros (Sol o estrellas) y su reloj interno. También se ha pensado que la influencia del campo magnético terrestre interviene en la orientación.

   Los animales viajan a pesar de ellos o voluntariamente. Deso­rientados por su desplazamiento a nado, corriendo o volando, tratan de encontrar puntos de referencia para saber en qué parte del planeta se encuentran y poder regresar al punto de donde partieron, o para dirigirse al lugar hacia el cual su instinto los lleva. La primera estrategia es el pilotaje: el animal avanza a ciegas o en órbitas concéntricas, hasta captar una señal, un olor o un ruido familiar; por lo tanto el pilotaje no es utilizado si el animal está lejos de su territorio habitual. La segunda estrategia que permite grandes viajes es la navega­ción astronómica; el animal posee un reloj interno que tiene un 5 % de posibilidades de error y "siente" el tiempo que pasa, sin necesidad de ninguna señal; por otra parte, sabe por expe­riencia a qué hora corresponden la altura del Sol o de las estrellas, en los lugares que le son familiares; si la altura de los astros en el cielo y su reloj interno están en desacuerdo, instinti­vamente hace una corrección y "sabe" qué distancia se ha desplazado en longitud y latitud, regresando a su lugar de ori­gen; esta navegación no es posible cuando está nublado, ni en el caso de animales demasiado jóvenes que aún no han tenido oportunidad de "conocer" el mapa celeste, o en los animales que no ven bien.

   Con el tiempo se ha hecho patente que numerosos animales son igualmente sensibles a las ligeras variaciones del campo magné­tico terrestre; las líneas de fuerza de este campo tienen una intensidad y una configuración particulares en cada punto del pla­neta; habiendo "aprendido" cómo varía este campo en su más mínimo desplazamiento, los animales pueden calcular dónde es­tán, sobre todo si además utilizan su reloj interno y datos astro­nómicos.

   No está por demás hacer notar que la epífisis, ese divertículo del cerebro situado en lo alto de la cavidad craneana, que se pensa­ba era un antiguo ojo impar de nuestros ancestros no es sola­mente el centro nervioso que percibe los fenómenos luminosos cíclicos y que hace funcionar las actividades estacionales del animal, sino que también es el centro del reloj interno y parece ser el punto donde terminan las fibras nerviosas magnetorreceptoras que se acaban de descubrir en ciertos animales. Con estas posibilidades de localización en el tiempo y el espacio, los emigrantes, habiendo efectuado una vez la ida y el regreso entre dos puntos, regresan sin equivocarse un sólo kilómetro, después de recorrer a veces más de 10 000 km; los albatros macho y hembra se reúnen puntualmente en la isla donde se reproducen, después de una separación de 18 meses y una vuel­ta completa al hemisferio austral.

   En conclusión, es probable que la mayoría de los animales supe­riores tengan varios medios de orientación, que reciban percep­ciones innatas afinadas por la experiencia, y que los más dota­dos sean los emigrantes recurrentes.