La orca, la reina del mar y los acuarios

Las orcas —según un diccionario tecnoló­gico— cuyo nombre científico latino es el de "Orcinus", es un mamí­fero cetáceo de la fami­lia de los delfínidos. Cuerpo robusto, negro por el dorso y blan­co por el vientre, con una mancha blanca de­trás del ojo y otra en el costado; aleta dorsal triangular; aletas toráci­cas anchas y redondea­das; poseen un solo espiráculo; grandes dien­tes de sección oval, 10 a 13 en cada hemimandíbula. Solitarios o grega­rios, forman grandes grupos cazadores que atacan y dan muerte a las grandes ballenas. Se alimentan preferible­mente de peces, pero también de focas, pin­güinos, etc. Como se ve, los diccionarios se unen a la leyenda negra con­tra el viejo "orcinus", pero observaciones rea­lizadas recientemente muestran que las orcas, cuando no tienen ham­bre, son mansas como los delfines.
Las orcas viven en fa­milias en todos los mares. Las capturas de nuevos ejemplares —que atraen a los niños en los grandes parques norteamericanos y europeos— fueron realizadas en aguas ca­nadienses bajo protesta del Museo de Cien­cias y de los ecologistas.

Al contrario de los delfines, cada orca es diferente para los técnicos y eso permite su estudio. No se necesita esa crueldad, denun­ciada por los ecólogos más de una vez, de marcarlos como a otros animales marinos y aves para seguir sus costumbres y sus mi­graciones. Así que a una orca se le llamaba Magdalena y a otra Ana; todas llevan nom­bre de mujer, aún siendo macho.
Ahora se está tratando de estudiar su árbol genealógico. Las orcas son fuertes, sanas, sin miedo a desaparecer, pero han caído en gracia a los niños del mundo y es ahora cuando van a estar en peligro. Poseen una aleta poderosa de un metro de altura (la hembra) y hasta de dos, los grandes jefes de bandada. Para identificarlas un dato: es raro, por no decir imposible, que dos orcas posean la misma dimensión de aleta, por lo que los conservacionistas llevan siempre un fotó­grafo y proceden a la identificación como si fueran a sacar la foto de un pasaporte.
Se ha llegado a hacer un censo de las orcas de la isla de Vancouver en Canadá: son 330 aunque parecen 1,000. Al grupo de orcas siempre juntas se le llama "pod" o "troupeau" y a sus miembros "burgeon" que en francés tiene dis­tintos significados, pero uno es "pinocho". Todo depende de quien está hablando sea un cana­diense, inglés o francés.

La orca, fiel a su rebaño
A base de paciencia, los científicos canadienses han llegado a compro­bar que a veces, algún miembro del grupo lo deja por otro, aunque siempre termina en el grupo de origen. Como el tigre, cada "familia" (le añadiremos un nom­bre más a los que tiene) tiene una zona donde vi­ve, procrea y muere, pero a veces dos bandadas se unen y se desunen al cabo del tiempo. En eso son totalmente diferentes a los delfines, más solitarios y fieles. En 1987, los científicos descubrieron que en algunos casos tres rebaños se juntan para formar una "commune" —una comu­nidad de ochenta a cien ejemplares— ja­más más ni menos.
Pero hay siempre orcas díscolas que viven en soledad, que se desplazan más que los grupos y que tienden a llegar hasta a 1,000 km de la costa de Estados Unidos. Los anglófonos canadienses les llaman "transients" es decir, transeúnte o huésped. Este es tan desconocido como cualquier otra especie, porque, además, es más fiero fren­te a los "residentes".
la. reina del "pod" es la madre, según lo estudiado por diversos grupos canadienses durante 25 años. Reina, pues, el régimen de matriarcado al contrario que entre los delfi­nes. En invierno, después de una gestación de 12 meses, nace una cría que mide dos metros. El recién nacido no se aparta de su madre hasta el punto que apenas la deja nadar o alimentarse. Y si la madre tiene otro cachorro, son dos los que no se apartan de ella para nada. No se ha dado el caso conocido, cruel, de apartar un cachorro de las "faldas" de su madre, pero los científi­cos lo calificarían de asesinato.
Podemos hablar, pues, de árbol genealó­gico o de escalón social poniendo en la parte superior a la madre. El segundo escalón nos complica la terminología que hemos utilizado: es el "subpod" formado por diversos grupos maternales. Y el tercero es el ya descrito "pod" que rara vez se agrupa con otro de su misma especie sino temporalmente. En todo caso un cachorro de un "pod" que esté con su madre jamás toma una madre prestada.

Su plato preferido, el salmón
Durante el periodo estival en las costas de Canadá (que es donde más científicamente se le ha estudiado), la orca se alimenta de salmones que aparecen en bandadas para ovar en los estudarios de los ríos del Norte. La pesca, sin dificultades, hace que la orca no tenga que atacar a delfines u otros mamíferos marinos menos corpulentos que ella. Una revista especializada cuenta el caso, único en la historia, de una marsopa llamada "de Dalí" (Phocoenoidea dalli), que se enamoró de una gran orca y le siguió a todas partes sin que a ninguna de las otras feroces compañeras se le ocurriera darle una dentellada no sólo porque no era de su "pod", sino porque no era ni de su raza. Todas las orcas, sin excepción, emiten subidos como casi todos los mamíferos marinos. Un técnico canadiense se ha dedi­cado a estudiar el lenguaje de las orcas por medio de hidrófonos. Las características de su estudio no fueron publicadas sino en forma de tesis en la Universidad de Vancouver, pero es vox populi que cada "pod" tiene una lengua diferente de las del grupo vecino, lo que le lleva a la orca a distinguir a cualquier intruso. Los cana­dienses le llaman "dialecto".
Los científicos no han conseguido ligar esa forma de expresión con la formación de los grupos ni tampoco cómo se forman éstos. Los especialistas canadienses, que tienen el mérito de la paciencia de ver lo que pasa a diario entre las orcas de tal o cual bahía o fiord, creen que el grupo se estructura alrededor de un dialecto que va cambiando conforme se van sumando orcas de otra procedencia. Al cabo de 10 o 15 años, todo el "pod" ha unificado el dialecto y es ya una unidad social.

A las orcas hay que dejarlas vivir. Hay cosas lamentables, como aquella de la An­tártida en que un grupo de pescadores rusos mató a cuanta orca vio, llegando la matanza a 77 orcas. Las orcas viven como el hombre: de 60 a 80 años (las hembras) y algo menos, los machos. Aunque hoy son el pasto de los parques de atracciones nortea­mericanos y europeos, al lector se le pide que no capture orcas o colabore a su captura, porque en un acuario no es desconocido que una orca muera a los cuatro o cinco años... de tristeza.


Texto: Paul de Garat