¿Cuándo se convirtieron los pe­ces en anfibios?

   En tiempos lejanos, más o menos en la época de los grandes bosques del Carbonífero, algún pez perteneciente a familias primitivas se en­contró, como consecuencia de una súbita mutación natural, con que su cuerpo tenía, además de las bran­quias, unos pulmones rudimentarios que le permitían utilizar directamen­te el aire de la atmósfera, en lugar de verse obligado a filtrar a través de las branquias el oxígeno del agua. Gracias a ello, estos peces podían permanecer a ratos con la cabeza fuera del agua, respirando directamente el aire y dirigiéndolo hacia los pulmones. Alguno de ellos, asomando la cabe­za junto a la orilla, había acabado en la playa, empujado por una ola repentina. Si hubiera sido un pez normal hubiera muerto inmediata­mente por asfixia, pero los pulmo­nes le habían ayudado a sobrevivir, hasta conseguir arrastrarse de nue­vo al agua.
   Fueron los primeros contactos de los animales vertebrados con un am­biente nuevo y completamente hos­til, aunque muy pronto sus expe­riencias fuera del agua les resulta­rían de gran utilidad. Cuando, a cau­sa de una nueva elevación de los continentes, algunas lagunas se se­caron, grandes cantidades de peces
murieron en el barro cada vez más árido. Sin embargo, las pocas espe­cies afortunadas que estaban provistas de un esbozo de pulmones, lograron sobrevivir. Para salvarse, estos peces se arrastraron trabajosamente sobre sus aletas, hasta llegar a otras cuencas de agua. Al­guno debió detenerse en la tierra seca, bajo la sombra de algún arbus­to, primero muy poco rato, pero des­pués durante períodos cada vez más largos. Este fue probablemente el origen de los primeros animales an­fibios, que en los terrenos pantanosos hallaron unas condiciones idea­les de vida.
   Los anfibios que dejaron en las ro­cas las huellas fósiles más anti­guas, fueron los estegocéfalos. que presentan señales evidentes de su estrecho parentesco con los peces. No sabemos si poseían todavía ale­tas, pero es indudable que su cuer­po se hallaba revestido de escamas, como el de los peces. A veces, en algunas especies, las escamas se hacían más densas en el vientre, desarrollándose muchísimo y sol­dándose entre sí hasta formar una dura coraza. Esta eficaz protección del vientre resultaba muy útil cuan­do los estegocéfalos, carentes to­davía de extremidades, se arrastra­ban por el suelo para desplazarse de un lugar a otro. Los fósiles de estos primeros anfi­bios se encuentran en las rocas del período Devónico y son muy nume­rosos en el Carbonífero y el Pér­mico.
   Desde los que tenían pocos centí­metros hasta los que alcanzaban varios metros de longitud, los estegocéfalos presentaban una gran variedad de formas, como si la na­turaleza, tras de un largo período de represión, hubiera estallado finalmente y se hubiera desahogado creando inmediatamente gran can­tidad de formas distintas. Estos animales vivían parte del tiempo en tierra y parte en el mar: de ahí que el adjetivo de «anfibio» les cuadre a la perfección, ya que proviene de un término griego que significa «doble vida». Sobre la tie­rra se arrastraban igual que nues­tras lagartijas, vagando entre los árboles en busca de insectos y de otros animalillos. Pero nunca se ale­jaban demasiado de la orilla, pues todavía no habían empezado a producir huevos de cascara dura, que pudieran depositar sobre la tierra, y se veían obligados a regresar al agua en la época de la reproducción.